miércoles, 17 de diciembre de 2008

"UNA HISTORIA DE AMOR"


MEDINAT AL-ZAHARA, es un regalo para ti.

Abderramán III a Azahara, sosiego amoroso, auténtica dueña y señora de su vida. Compañera con la cual podía otorgarse a sí mismo el privilegio del descanso, de la ternura reposada, de la conversación sencilla, o del dormir abrazado a su talle sin más.

- Sólo a ti te cuento esto- le dijo el rey-, que las maravillas de esta construcción, ciudad y palacio a un tiempo, serán narradas por quienes la contemplen como la más grandiosa hermosura que jamás los ojos humanos hayan gozado, y que su fama se extenderá por el mundo y por la historia. Ha de juntar el poder, la gloria y la majestad de mi destino y de mi familia; ha de ser más espléndida, más bella que la propia Bagdad, más fastuosa que la fastuosa Alejandría, ni el palacio de Salomón será comparable a ella y glorificará a Alá a través de mi excelencia.
Hizo una pausa. Azahara seguía mirándolo devotamente enamorada y sonriendo, abandonada de sí misma, pues toda su vida se la había ya regalado a él. Abderramán III apretó el mentón y sus ojos parecían desafiar el horizonte del atardecer sobre las copas más altas de los árboles del jardín a través del ventanal. Sólo relajó su mandíbula para desvelarle el nombre que había decidido otorgar a su ciudad palatina.
- Se llamará Medinat al-Zahra, y todos sabrán que es por ti.


La esclava Azahara padecía, ya manifiestamente, una enfermedad incurable que la mantenía la mayor parte del día postrada y con los ojos cerrados y ello le causaba al califa una tristeza irremediable e imposible de soportar.

- Tengo prisa, mi amada Azahara, por ver florecidos los almendros y que regocijen tu vista sus infinitas flores blancas en la primavera, para traerte la imagen de tus días de infancia en Elvira, en aquella fortaleza de Al-hambra al pie de la sierra que viste de blanco en invierno y de verde en verano, querida mía, según tus propias palabras…

Pero Azahara murió la última noche de aquel año 940, mientras quería entrar el amanecer del nuevo año 941, despacio y sin que sufriera su espíritu y así fue encontrada en su lecho, dormida ya para siempre.
Su muerte ensombreció profundamente el ánimo del califa y todo su miedo a perderla tomó vida en el gesto endurecido de su rostro cuando fue enterado de la noticia.

Abderramán III se empeñó en que fuera acabada la construcción de la Mezquita de la ciudad palatina antes del final de aquel mes de Enero de 941, y se entregó a tan descabellado fin en cuerpo y alma, visitando las obras a diario, seguramente para no pensar en otra cosa.

Y es cierto que causaba admiración al contemplarla, estaba exquisitamente acabada en todas sus partes y tenía cinco naves de admirable hechura. El patio de abluciones lucía un suelo de mármol de color rojo del vino muy bello, y en el centro se abría una fuente de aguas purísimas para uso de la Mezquita; tenía a demás una torre cuadrada para llamar a la oración que medía cuarenta cubitos de altura. En su interior los detalles eran de prodigiosa hermosura; habíanse labrado como adorno sobre los arcos inscripciones en oro del sagrado Corán y en el lugar más destacado de la nave principal se hizo colocar un púlpito bellísimo de complicada y magnífica ornamentación, el mismo día que se contempló la Mezquita y para celebrar la primera oración pública de la historia de la fastuosa ciudad imperial de Medinat al-Zahra, esto es , el viernes día 23 de Enero de aquel 941, que fue dirigida por el califa Abderramán, príncipe de los creyentes y hombre más poderoso del mundo conocido, que en aquel momento sentía enorme pesar sobre sus hombros y nada podía contener el llanto íntimo de su alma, aunque su voz hiciese temblar la tierra.

La noticia de la suntuosa edificación Medinat al-Zahra como ciudad sin par ya había traspasado las fronteras las fronteras de al-Andalus en boca de los mercaderes y caminantes que contaban las maravillas vistas para su levantamiento, y los poetas cortesanos y estudiosos de poesía, glosaron ya desde los primeros meses de las obras las excelencias, los recursos y el tiempo empleados para sus detalles. El califa de Córdoba no quería prohibir la entrada a nadie, y había ordenado que cualquier viajero o visitante fuera tratado con esplendidez, sólo a cambio de que luego contara con su boca las maravillas contempladas en esa nueva ciudad, símbolo del poder Omeya.



“Abderramán III, El gran califa de al- Andalus”- Magdalena Lasala.

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